Episodio 77: Muerte del Profeta José Smith, 2a parte (de 2)
Material sacado del libro:
Beam, Alex (2014-04-22). American Crucifixion: The Murder of Joseph Smith and the Fate of the Mormon Church. PublicAffairs.
DESTRUCCIÓN DEL NAUVOO EXPOSITOR
La iglesia
había sufrido la destrucción de una imprenta en Independence, Missouri, después
de que se publicó un artículo defendiendo la liberación de los esclavos, una
posición popular entre los yanquis del norte. Pero este era el sud, y esas eras
palabras belicosas. A pesar de que un artículo subsiguiente trató de decir que
los santos no aceptarían a los negros en el estado ni en la Iglesia, la turba
enfurecida destruyó la prensa y el edificio de imprenta. Ahora los santos
estaban listos para hacer lo mismo que habían sufrido.
En una
segunda reunión del concilio de la ciudad se preguntó cómo el pueblo podía
sacarse de encima al diario, una molestia más grande que un cadáver. Lo que el
lado opuesto quería era formar una turba en contra nuestra y tomar lo que
dejamos atrás, como hicieron en Missouri. El alcalde José Smith dijo que la
Constitución no autorizaba que la prensa publicara difamaciones, y propuso al
consejo que se hicieran provisiones para eliminar al Nauvoo Expositor.
Su primer
instinto, invocando a la Constitución de los EEUU, a la cual frecuentemente
profesaba lealtad, no ayudó para nada. Las palabras “difamación” y “molestia” no
aparecían en ese documento. Hay diez palabras en la Primera Enmienda de la
Constitución que gobiernan a la libertad de expresión y de prensa, las más
importantes siendo “libertad”. Por lo que con la ayuda del fiscal de la ciudad,
George P. Styles, José comenzó a buscar en los libros de derecho, buscando un
pretexto para destruir al nocivo periódico.
La
constitución de Illinois no ayudó. “Las imprentas deberían ser libres para
todas las personas”, leía el estatuto, “y no debería hacerse ninguna ley para restringir
tales derechos”.
Pronto el
concilio adoptó la siguiente resolución:
Al jefe de policía: “Se le ordena que destruya la
imprenta de donde proviene el Nauvoo
Expositor, y que desparrame los tipos móviles de ese establecimiento de
imprenta en la calle, y que queme todos los Expositores y los volantes
difamadores que encuentre en ese establecimiento; y si se le presenta
resistencia en la ejecución de esta orden por parte de los dueños u otros, que
demuela la casa: y si alguien lo amenaza o al alcalde o a los oficiales de la
ciudad, arreste a quienes lo amenacen, y no deje de ejecutar esta orden sin
tardanza, y regrese después de hacerlo”.
Por orden del concilio de la ciudad,
JOSÉ SMITH, ALCALDE
Aún antes
que el concilio se disolviera a las 6:00 de la tarde, el jefe de policía
Jonathan Dunham y el mariscal de la ciudad John Greene, con una fuerza de más
de mil hombres armados con mosquetes, cuchillos, y pistolas, se reunieron en el
edificio de oficinas de los Law en Mulholland Street. Chauncey Highbee y
Charles Foster estaban presentes, y no presentaron ninguna resistencia cuando
los hombres del alcalde metódicamente destruyeron el interior del nuevo
edificio de ladrillos. “Todo fue hecho en perfecto orden”, testificó un Dr.
Wakefield en una subsiguiente pesquisa que despejaron a todos de cualquier
improperio, “tan tranquilamente como la gente se muda en un domingo”.
Cuando
Francis Higbee juró en una denuncia acusando a José de incitar a un motín para
destruir al Expositor, la corte de Cartage envió al agente de policía David
Bettisworth a Nauvoo para arrestar a Smith. Estrategias similares habían
fallado en el pasado, y esta también. Un juez de paz local simplemente rechazó
la moción de Higbee. “La corte decidió que José Smith había actuado bajo propia
autoridad al destruir el establecimiento del Nauvoo Expositor el 10”, leyó la
orden; “que ésta era una persecución maliciosa por parte de Francis M. Higbee;
y que dicho Higbee pagara los costos de la corte, y que José Smith fuera
honorablemente librado de las acusaciones y del mandato, y que por consiguiente
se retire sin tardanza”.
El próximo
día, el mismo José, actuando como jefe de la corte municipal de Nauvoo,
absolvió a los otros diecisiete hombres acusados de atacar el periódico.
Cuando
Bettisworth regresó a Cartage con las manos vacías, la ciudad estaba perpleja. “José
ha tratado el mismo truco con demasiada frecuencia”, se quejó un ciudadano. El
desafortunado agente de policía viajó a Nauvoo una segunda vez, otra vez tuvo
problemas con los jueces mormones, y otra vez perdió. El magistrado local,
Daniel Wells, un mormón inactivo pero simpatizante de la iglesia, quien tenía
una granja al lado de José, descartó una segunda acusación de incitación a la
violencia.
Los
mormones continuaron fabricando su propia justicia, y enfureciendo a los
antiguos colonos. Setecientos ciudadanos furibundos reclamaron un motín anti
mormón, despotricando contra “el profeta loco y sus colaboradores demoníacos”.
La palabra “exterminación” hizo su aparición.
Los
trescientos anti mormones que se reunieron cerca de Warsaw decidieron que Smith
había “violado el más alto privilegio en el gobierno; y buscar reparación en la
manera ordinaria sería sumamente inútil”. Había llegado el tiempo de “exterminar
a los abominables líderes mormones, los autores de nuestros problemas. . . una
guerra de exterminación debía ser iniciada para destruir enteramente, si es
necesario para nuestra protección, a sus seguidores”.
Los
documentos adoptados en Cartage y Warsaw demandaban que los mormones del
condado de Hancock fueran arreados dentro de los límites de la ciudad de Nauvoo
y los obligó a entregar al “profeta y a sus seguidores . . . Si no se rendían,
comenzaría una guerra de exterminación”. Cada hombre en el condado debía “cada
uno armarse y equiparse inmediatamente”. La segunda Guerra Mormona había
comenzado.
Más tarde
ese mismo día, José apeló por segunda vez durante la crisis al gobernador Thomas
Ford. La semana previa Smith había orquestado una campaña en la que santos
prominentes escribieron cartas entreteniendo al ex juez con argumentos legales
para justificar el asalto al Expositor. Ford nunca respondió. Smith envió otra
carta, con un mensajero, alertando a Ford que “se está haciendo un intento
energético por parte de algunos ciudadanos en éste y en los condados circundantes
para echar y exterminar a ‘los santos’ a fuerza de armas”. Smith imploró a Ford
que “viniera en persona con su personal e investigara el asunto entero sin
tardanza, y que restaurara la paz en el país”. José ofreció que Ford estuviera
en comando de la Legión de Nauvoo “para acallar cualquier insurrección y apoyar
la dignidad del bienestar común”.
La carta
terminaba con “me mantengo, señor, el amigo de la paz, y el humilde servidor de
su Excelencia, JOSÉ SMITH.
En el
pueblo vecino de Warsaw, el feroz enemigo de José, Thomas Sharp, estaba
llenando su periódico con reportes igualmente inquietantes. Sharp insistía que
Hyrum Smith había amenazado su vida y que había planeado marchar hacia Warsaw y
saquear el Signal de la misma manera en que habían destruido el Expositor. “Un
rumor está flotando de que los mormones derritieron los tipos móviles de la
oficina del Expositor y las convirtieron en balas. Hemos escuchado que Joe
ordenó a sus seguidores que vayan a Nauvoo. Las colonias de aquí están saliendo
para obedecer la orden”.
George
Rockwell, un anti mormón dedicado y erudito, explicó cómo dejó su negocio en
las manos de sus empleados para hacer una campaña de tiempo completo contra los
santos del condado de Hancock. Escribiendo desde Alton, a unas setenta y cinco
millas sur de Cartage, Rockwell le dijo a su padre que había pasado varias
noches sin poder dormir cabalgando a condados vecinos para reclutar brigadas
militares anti mormonas. Rockwell llevaba una orden de requisición firmada por
el Gobernador Ford, instruyendo al arsenal de Alton a que enviara todos sus
mosquetes y cañones estatales a Warsaw, donde varios cientos de hombres estaban
intentando marchar al norte e invadir Nauvoo. Con las fuerzas reuniéndose en Cartage
y Warsaw, Rockwell predijo que “los mormones van a ser expulsados” en unas
pocas semanas.
Río arriba,
José estaba preparando a Nauvoo para la Guerra. La Legión practicó todas las
mañanas a las 8:00 a.m. y se mantuvo en alerta hasta la siguiente tarde.
Encima del
marco de madera de la barbería y pensión sin terminar que estaba siendo
construida para Porter Rockwell, bajo un sol brillante y cielo azul, José dio
uno de sus más magnificentes discursos, una auto justificación y estimulante
llamado a las armas de noventa minutos.
“Nunca
violamos las leyes de nuestro país”, comenzó.
Somos
ciudadanos Americanos. Vivimos sobre un suelo por cuyas libertades nuestros
padres arriesgaron sus vidas y derramaron su sangre sobre el campo de batalla.
Esos derechos ganados tan queridamente no serán pisoteados de manera tan
vergonzosa bajo el pie de nuestros ilícitos saqueadores sin al menos un
esfuerzo noble de nuestra parte para mantener nuestras libertades
“¿Se mantendrán
a mi lado hasta la muerte”, gritó, “y perseverarán hasta el peligro de sus
vidas, las leyes de nuestro país, y las libertades y privilegios con los que
nuestros padres nos las han transmitido, selladas con sus sagrada sangre?” “¡Sí!”,
gritaron en respuesta los soldados, y cientos de ciudadanos que los rodeaban”.
El
gobernador oyó a los emisarios de los Smith e inmediatamente citó a José y a
otros miembros del concilio de la ciudad a Cartage para ser juzgados. “Su
conducta en la destrucción de la imprenta fue una atrocidad contra las leyes y
las libertades de la gente”, escribió Ford. “Tal vez haya estado llena de
difamaciones, pero esto no los autorizó para destruirlo”. Agregó lastimeramente
que “hay muchos periódicos en el estado que me han estado maltratando
injustamente por más de un año”, pero Ford insistió que derramaría “hasta mi
última gota de sangre para proteger a esas imprentas de cualquier violencia
ilegal”.
“El condado
entero se siente indignado”, escribió Ford, “y una gran cantidad de gente está
ansiosa de tomar este asunto en sus propias manos”. Si Smith rehusaba a
rendirse voluntariamente, escribió Ford, autorizaría a las milicias y a las
proto milicias a que se reunieran en Cartage para atraparlo.
De repente,
José tuvo una idea. Dijo que todo lo que Ford y las turbas de Cartage querían
era atraparlo y a Hyrum. Por lo que desmantelarían a la Legión y restaurarían a
Nauvoo a su estado pacífico. Estaba seguro que vendrían a buscarlo, pero “dejen
que me busquen. Vamos a cruzar el río esta noche, y vamos a irnos al oeste”.
Una vez que
la decisión fue tomada, Hyrum salió de la mansión y apretó la mano de Cahoon. “Una
compañía de hombres están buscando matar a mi hermano José, y el Señor le ha
advertido que huya a las Montañas Rocosas para salvar su vida”, dijo Hyrum. “Adiós,
Hermano Cahoon, nos veremos otra vez”.
Detrás de
él vino un callado y lloroso José, con un pañuelo y lágrimas rodando por su
cara. Su último viaje había comenzado.
Mientras
los cuatro hombres batallaban las corrientes del salvaje Misisipi, el rumor de
la huida de José se extendió rápidamente por Nauvoo. A medida que los rumores
de una inminente invasión desde Cartage se expandieron, los santos, sin su
líder, entraron en pánico. “Algunos fueron probados casi hasta la muerte al
pensar que José los abandonaría en su momento de peligro”, escribió Vilate
Kimball a su esposo Heber, “[José y Hyrum] rindiéndose es lo único que salvará
a nuestra ciudad de la destrucción”. Un debate feroz se desató entre los
íntimos de José.
Wasson le
dio a José una carta de Emma. “Ford te protegerá. Por favor vuelve”.
Cahoon reafirmó
los puntos de Emma en la carta. “Siempre dijiste que si la iglesia permanecía
contigo, tu permanecerías con la iglesia, ahora que hay problemas, eres el
primero en correr”, dijo. “Cuando el pastor abandona a las ovejas, ¿quién se
asegurará que los lobos no las devoren?” Kimball y Wasson acusaron a José de
cobardía, quejándose que sus propiedades serían destruidas como resultado.
“Si mi vida
no es de valor para mis amigos, no me vale nada a mí”, dijo José. Entonces le
dijo a su amigo Rockwell, posiblemente su seguidor más leal, y seguramente el
más ferviente. “¿Qué debo hacer?”
“Tú eres el
mayor, y debes saber más”, respondió Rockwell. “Como hagas la cama, me acuesto
contigo”
José
entonces le preguntó a Hyrum, “Hermano Hyrum, tú eres el mayor. ¿Qué debo
hacer?
Aparentemente
influenciado por la carta de Emma y por los ruegos de los aterrorizados santos,
Hyrum sugirió regresar a Nauvoo. “Regresemos y nos entreguemos, y veamos qué
pasa. Regresemos y pongamos nuestra confianza en Dios, y no seremos heridos. El
Señor está en esto. Si vivimos o debemos morir, estaremos reconciliados con
nuestro destino”.
José pensó
por un momento, y respondió, “Si vas a regresar, yo iré contigo. Pero seremos
asesinados
José envió
una carta a Ford: “mis co-demandados y yo estamos yendo a Cartage, como usted
nos pidió”. José propuso reunirse con el grupo de Ford el siguiente día, lunes
24 de junio en Mound, un acantilado a seis millas al este de Nauvoo. José
también alertó a sus abogados que recibiría acusaciones en Cartage al día
siguiente.
José pasó
la noche en la mansión, con Emma y sus cuatro hijos: su hija adoptada de trece
años Julia; Frederick, el hijo de ocho años; Alexander, de seis; y su mayor,
José Smith III, de once. De adulto, el joven José recordó que su padre lo llamó
a uno de los cuartos de recepción de la mansión y lo bendijo en frente de la
familia: “Si algo me pasa, sabes que serás mi sucesor. Éste, mi hijo, ha sido
bendecido y apartado, y con el tiempo será mi sucesor”.
La
siguiente mañana, José le dijo a su familia, “Voy como un cordero al matadero,
pero si mi muerte me expiará de cualquier culpa que haya cometido durante mi
vida, estoy dispuesto a morir”. A las 6:30 salió de la mansión y besó a cada
uno de sus hijos. Varios cientos de santos, incluyendo a su llorosa madre, ya
entrada en años, se habían reunido fuera de la mansión para despedirse.
En su
camino al este, el grupo se encontró con una compañía montada de sesenta
disciplinados Dragoons del condado de McDonouth en su camino a Nauvoo. Su
comandante, el Capital James Dunn, detuvo a José, y explicó que el gobernador
Ford le había ordenado que reclamara las armas en posesión de la Legión de
Nauvoo: tres cañones y unos doscientos cincuenta mosquetes. El nuevo apóstata
Wilson Law, ex comandante de la Legión, le había dicho a Ford exactamente
cuántas armas debía reclamar. Probablemente sabía que los santos tenían muchas
más armas de su propiedad, pero esas armas no estaban a la apropiación por
parte del gobierno. José consintió, y él y Dunn coincidieron en que la
devolución iría mejor si el profeta mismo estaba presente.
Ford citó a
las milicias de los Grey en Cartage y a la del condado de McDonough a que se
reunieran en frente de la corte de Cartage la próxima mañana para “encontrarse”
con José y Hyrum Smith. Es dudoso que las tropas hubieran tenido deseos de
reunirse con el profeta y su hermano. Más probable es que querían ver sus caras
para poder reconocerlos en una multitud, en caso de una batalla, un melé, o un
linchamiento. Ford guio a los hermanos Smith desde la casa de los Hamilton,
presentándolos como “generales”, los títulos que reclamaban como líderes de la
Legión de Nauvoo. Esto no le cayó bien a las milicias, quienes consideraban que
los títulos eran fraudulentos. José había sido rengo desde la desgarradora
operación que sufrió en su juventud y nunca pudo servir en una milicia o
ejército regular. Incluso si estuviera completamente sano, su estatus religioso
lo hubiera exonerado de cualquier servicio militar. Su apariencia casi provocó
un motín entre los excitables Grey. La milicia rodeo a José y a su pequeño
grupo, tirando sus sombreros al aire y desenvainando sus espadas. Maldijeron a “los
malditos mormones” una y otra vez.
Durante la
tarde, los Smith y los diecisiete codemandados acusados de destruir el Nauvoo
Expositor se encontraron con el hombre que decidiría su destino: Robert F.
Smith, juez de paz y capitán de los inquietos Grey, el mismo hombre que había
guiado el motín de los Grey en la ciudad. Smith era un verdadero odiador de
mormones y un miembro fundador de un “comité por correspondencia” formado el
año anterior para sacarse de encima a los mormones del condado de Hancock, por
la fuerza de ser necesario. Este era el mismo Robert Smith que firmó un cheque
garantizando parte de la nefasta compra del barco a vapor de José, el cual los
llevó a ambos a la bancarrota.
El Juez
Smith comenzó a interpretar la ley como quería. Estuvo de acuerdo con liberar a
todos los acusados bajo una fianza, la cual fue determinada al extremadamente
alto precio de $500 cada uno. John Fullmer, un oficial en la Legión de Nauvoo,
quien había seguido a los Smith a Cartage, notó que la fianza era más del doble
de lo que costaba una multa por la misma ofensa si los acusados hubieran sido
encontrados culpables. “Era evidente que el magistrado intentaba dejar a la
pila de hermanos sin recursos, para mantenerlos en la cárcel por falta de
fianza”, notó. Pero Fullmer y muchos de los otros mormones presentes ofrecieron
sus propiedades como garantía, y todos los acusados fueron liberados
Con dos
excepciones. Más temprano ese mismo día, los apóstatas mormones Augustine
Spencer y Henry Norton habían presentado declaración acusando a José y a Hyrum
de traición por establecer ley marcial en Nauvoo. El capitán de los Grey dijo
que era demasiado tarde en el día como para argumentar las acusaciones. El
abogado de José, Woods, insistió que Smith necesitaba orden de arresto, firmada
por un juez de paz, para enviar a sus clientes a la cárcel. Justo tengo una,
dijo Smith, quien también era un juez de paz, y sacó el documento de su
bolsillo.
José objecionó
a tales “procedimientos flagrantes, ilegales, y tiránicos” sin ningún
resultado.
Ahora Smith
no estaba visitando Cartage para comparecer ante el juez, quedándose en el hotel
de Hamilton. Ahora él y su hermano estaban en la cárcel por traición
A
diferencia de los otros cargos contra los Smith, la traición no tenía opción de
fianza. Por lo que los dos hermanos caminaron las dos cuadras y media a la cárcel
de Cartage, a través de la turba armada y borracha, y en medio de los excitados
Grey.
El
Gobernador Ford los acompañó hasta su celda, y antes de retirarse, José le dijo,
“Gobernador Ford, confío en que nos protegerá”.
“Y tendrá protección,
General Smith”, respondió Ford. “Sin embargo, no anticipo ningún peligro. Creo
que están perfectamente a salvo aquí como en cualquier otro lugar”.
Geddes después
dijo que Ford alivió su frustración con el profeta después de que los dos
hombres se reunieron en la cárcel y mientras se dirigía al centro de la ciudad.
“¡Es todo tonterías!” exclamó Ford. ¡Todavía van a tener que sacarse de encima
a estos mormones!”
“Si
tratamos de hacerlo, gobernador, cuando el propio momento se presente,
¿interferirá?”
“No, no lo
haré”, dijo Ford, y agregó después de una pausa: “Hasta que terminen”.
Antes de cenar,
el tío de José, John Smith, vino a visitar a los hermanos en la cárcel,
habiendo viajado más de 150 millas desde Macedonia, Illinois.
Cuando John
Fullmer regresó a la cárcel para pasar la noche con sus amigos, los guardias le
revisaron los bolsillos del sobretodo, pero no revisaron sus botas. Fullmer
metió una pequeña pistola de un solo tiro y se la dio a Hyrum.
Ford estaba
saliendo para Nauvoo, como fue anunciado, pero decidió ir sin José. Ford insistió
que había tomado medidas para garantizar la seguridad de José en Cartage y para
apaciguar las tensiones.
Jones se
acercó a Ford cuando estaba terminando su concilio de guerra y preparándose
para ir a Nauvoo y le dijo que tenía pruebas de que la vida de los prisioneros
estaba en peligro. “Está innecesariamente alarmado por la seguridad de sus
amigos”, respondió el gobernador. “La gente no es tan cruel”.
Sorprendido
por la inocencia de Ford, Jones le recordó al gobernador que había garantizado
la seguridad de los mormones. “También son maestros masones”, agregó Jones, “y
como tales, le pido que proteja sus vidas”.
Alguien
presente reportó que Ford, un maestro masón, se puso pálido.
“Si no hace
esto, tengo otro deseo”, dijo Jones.
“¿Y qué es,
señor?”
“Que el
Todopoderoso preserve mi vida hasta el propio tiempo y lugar en el que pueda
testificar que usted ha sido advertido de su peligro”.
“Sus amigos
serán protegidos, y tendrán un juicio justo por la ley”, le aseguró Ford. “En
esta promesa no estoy solo; he obtenido la palabra de todo el ejercito que me
apoya”.
Cyrus
Wheelock ganó entrada a la residencia de José, y los guardias se olvidaron de
revisar su pesado sobretodo cuando entró. Como Fullmer la noche anterior,
llevaba consigo un arma, esta vez un pequeño revolver de seis tiros conocido
como un pepperbox. Disimuladamente puso el arma en el bolsillo de José.
Después de
comer, Richards se sintió indispuesto, y José le pidió a Markham que le trajera
una pipa y un poco de tabaco para aliviar el estómago de su amigo. Markham se
fue de la cárcel, pidió prestada una pipa de otro mormón no tradicional, el
sheriff local, Jacob Backenstos, y compró tabaco en una tienda cercana.
Ahora los
cuatro prisioneros mormones estaban solos, “nuestros espíritus solemnes y
pesados”, escribió John Taylor. La prisión de piedra era opresivamente calurosa
en la tarde. Aún con todas las ventanas abiertas, y vestidos en sus camisas y
pantalones de ropa interior, los mormones estaban sofocados. Los cuatro hombres
les dieron a los guardias un dólar y les pidieron que fueran a comprar vino “para
revivirnos”. El hombre regresó pronto con vino, tabaco, y unas pipas. Los
cuatro prisioneros bebieron de la botella y compartieron el resto del vino con
sus carceleros.
El vino
tuvo el efecto opuesto al esperado; “Nos sentimos inusualmente sosos y
lánguidos, con una excepcional depresión de nuestros espíritus”, recordó
Taylor. En un desesperado intento de levantar sus ánimos, Hyrum sugirió que
Taylor, quien tenía una hermosa voz, cantara el popular himno folklórico “Un
pobre forastero”.
Taylor,
sentado al lado de la ventana abierta orientada hacia el oeste, dijo que vio
algo; una banda de hombres, sus caras pintadas, salieron del bosque y
cabalgaron hacia la cárcel. Entonces, los Smith y Richards oyeron un clamor
debajo de las escaleras.
William
Hamilton, de catorce años, parte de los Grey de Cartage, fue el primero en
observar a los irregulares acercándose al bosque por el camino de Warsaw. Los
hombres se habían pintado la cara con barro y con pólvora, y algunos llevaron
sus abrigos al revés. Aun así, Hamilton reconoció que eran la milicia de
Warsaw. El muchacho trató de alertar a los Greys, pero el Capitán Robert Smith
no podía ser encontrado por ninguna parte.
Eudocia
Baldwin, cuyos hermanos estaban sirviendo en la milicia de los Grey (uno
recientemente se había unido a la guardia de seis hombres cuidando la cárcel)
reportó que los Grey o estaban dormidos, en desorden, o ambas cosas. Baldwin y
otros residentes de Cartage entraron en pánico, asumiendo que una fuerza
mormona llamada los “danitas” había invadido Cartage para liberar a José y
vengarse contra sus perseguidores. Robert Smith y su teniente Samuel Williams
finalmente movilizaron a sus hombres en una tormenta de gritos e insultos. “Vamos,
cobardes. Malditos, ¡vamos!” Baldwin los oyó gritar, “Esos muchachos van a ser
asesinados”.
Mientras
que los Gray trataban de preparar sus fusiles y cartucheras, los irregulares
habían llegado a la cárcel. El carcelero Stigall y la guardia de Worrell no
ofrecieron ninguna resistencia. Una bala silbó en la cocina de la señora
Stigall, donde estaba horneando pan.
La irritada
milicia de Warsaw subió la escalera hacia la sala donde los mormones se habían
reunido, disparando sus armas mientras subían.
El esfuerzo
de Dan Jones de hacer un pestillo improvisado para la puerta del segundo piso
había fracasado. No podía ser cerrada. Richards y Hyrum Smith se lanzaron
contra la puerta para impedir la entrada de la multitud, pero las balas
empezaron a aparecer a través de la débil madera. El segundo disparo entró en
el cráneo de Hyrum al lado izquierdo de la nariz. Al mismo tiempo, una bala de
mosquete disparada desde el suelo a través de una de las ventanas abiertas
golpeó a Hyrum en la parte posterior. Cayó hacia atrás, exclamando: “Soy un
hombre muerto”. Su cuerpo sin vida yacía en el centro de la pista, la sangre
brotando de sus heridas.
Joseph y
John Taylor corrieron hacia la puerta. Willard Richards se había posicionado
detrás de las bisagras, tratando de empujar la puerta para cerrarla. José sacó
su revólver y comenzó a disparar a través de la estrecha abertura entre la
puerta y el marco. Tres de las balas dispararon, y José se aseguró que sus
tiros contaran. Hirió a tres asaltantes en la escalera, una en el brazo, uno en
el hombro, y otro en la cara. Cuando Smith no estaba disparando, Taylor estaba
sacudiendo el bastón de Markham para derribar las bayonetas y mosquetes que se
asomaban por la grieta de la puerta.
Pero pronto
José se quedó sin balas. No había logrado apoderarse de la pistola de Hyrum,
por lo que ahora los mormones estaban luchando contra sus enemigos bien armados
con nada más que sus puños y dos bastones.
“Sin duda
fue una terrible escena”, recordó Taylor.
“Olas de
balazos tan gruesas como mi brazo pasaron a mi lado mientras esos hombres
disparaban y, desarmados como estábamos, parecía que sufriríamos una muerte
segura. . . . Sin duda era menos que agradable estar tan cerca de las bocas de
esas armas de fuego, ya que escupían llamas líquidas y balas mortales.
“Mientras
estaba ocupado en detener las armas [que se asomaban por la puerta], el hermano
José dijo: ‘Así es, hermano Taylor, pégueles tan bien como pueda.’
“Esas
fueron las últimas palabras que le oí hablar en la tierra.”
A medida
que el populacho empujaba desde las escaleras, más barriles de mosquete
asomaban por la puerta. Pronto los asesinos invadieron la habitación. Taylor
salió corriendo hacia una ventana abierta en el lado norte de la cárcel, con la
esperanza de que una milicia, o incluso la Legión de Nauvoo, hubieran llegado a
ayudar a los mormones. Pensó en saltar los quince pies (cuatro metros y medio)
hasta el suelo, pero vio la cárcel rodeada solamente por los carapintadas de
Warsaw gritando insultos contra los mormones. Una bala disparada desde la
puerta entró en su muslo y se aplastó contra el hueso. Una segunda bala lo tiró
al suelo.
Una vez que
estuvo en el piso, Taylor rodó debajo de la cama para mayor seguridad. La turba
le disparó dos balas más, “cortando un trozo de carne de su cadera izquierda
grande como una mano”, informó Richards. Taylor fue dejado por muerto; su reloj
se detuvo a las 17:16.
Esperando obtener
seguridad de manera desesperada, José Smith se acercó a Taylor en la ventana,
planeando saltar. Un atacante llamado Gallagher le disparó en la espalda desde
el pasillo, y disparos desde el piso le dieron a José en el pecho y la espalda.
Smith cayó por la ventana, gritando “Oh Señor, mi Dios”, las primeras palabras
del grito masónico de ayuda, “Oh Señor mi Dios, ¿no hay ayuda para el hijo de
la viuda?” Su cuerpo cayó cerca de un borde de madera alrededor de un aljibe”.
No hubo
piedad para el hijo de la viuda Lucy Mack. El atacante William Voorhis tomó el
cuerpo de Smith y lo apoyó contra el aljibe, y expuso el pecho sangrante de
José a la turba enojada.
“Tú eres el
maldito viejo cacique”, se burló Voorhis al cuerpo medio muerto de José Smith, “¡Ahora
ve a ver a tus esposas espirituales en el infierno!” Voorhis se movió al
costado y vio a un grupo de sus camaradas disparar más rondas de balazos en el
cuerpo inerte de José”.
En la
madrugada del viernes, 28 de junio, Porter Rockwell galopó por entre las calles
de Nauvoo gritando las palabras aterradoras a todo volumen, despertando a todos
los que pudieran oírlo: “¡José fue asesinado! ¡Dios los maldiga! ¡Lo han
matado!”.
Mezclado
con un sentimiento de tristeza y desesperación había una sed de venganza.
Cuando Porter Rockwell entró al hogar de William Clayton en las horas tempranas
del 28 de junio para reportar los asesinatos, Clayton rápidamente escribió una
oración de venganza “sobre los asesinos de los sirvientes para que sean
borrados de la tierra”. Virtualmente en el mismo momento, Wilford Woodruff, un
futuro presidente de la iglesia, dijo una oración pidiendo venganza sobre “la
gentil nación americana, sobre todas las cabezas de la nación y de los estados
que han ayudado o perpetuado el horrible hecho”.
Mosiah
Hancock, en ese entonces de diez años de edad, recordó cómo su padre Levi lo
llevó a donde José y Hyrum estaban echados. Levi “me dijo que pusiera una mano
sobre el pecho de José y que levantara mi otra mano y jurara que nunca haría
compromisos con cualquier otro hijo del infierno, y lo juré con determinación
de cumplir hasta la última letra”.
El muchacho
entonces puso su mano izquierda sobre el pecho
de Hyrum y repitió el juramento.
“Sus
cadáveres . . . me dieron un sentimiento tal
que no puedo describir”, Allen Stout, uno de los guardaespaldas de José,
escribió en su diario personal
“Decidí en
ese momento y en ese lugar en mi mente que nunca dejaría pasar una oportunidad
de vengar su sangre contra los enemigos de la Iglesia de Jesucristo. . . cuando
veo a uno de los hombres que los persuadieron a que no tuvieran un juicio justo,
siento ganas de cortarles la garganta.
“Y espero
vivir para vengar su sangre, pero si no, les enseñaré a mis hijos a que nunca
dejen de tratar de vengar su sangre y a los hijos de sus hijos hasta la cuarta
generación mientras haya un descendiente de los asesinos sobre la tierra”.
El
siguiente año, el presidente Brigham Young incorporó el “juramento de venganza”
al sagrado ritual de investiduras administrado a todos los santos fieles en el
templo de Nauvoo:
“Usted y
cada uno de ustedes hacen convenio y prometen que van a orar y nunca cesarán de
orar al Dios Todopoderoso para que vengue la sangre de los profetas sobre esta
nación, y que enseñarán lo mismo a sus hijos y a los hijos de sus hijos hasta
la tercera y cuarta generación”.
El
juramento de venganza debía mantenerse en secreto bajo pena de muerte. “Si
alguno de ustedes traiciona, por supuesto que son traidores, y deben esperar
las penalidades enforzadas”, un líder de la iglesia explicó dentro del templo. “Yo
no cortaré sus gargantas, pero oren que Dios intervenga para que corten sus
gargantas” (para que así puedan expiar por sus propios pecados, por supuesto).
El
juramento se mantuvo en el ritual de investiduras mormón hasta 1927.
Durante el
juicio a los asesinos de José, el testigo más sensacional fue William Daniels,
de 22 años, un tonelero y reciente converso mormón que dijo haber visto y oído
todos los detalles de la conspiración de asesinar a José Smith. Daniels
supuestamente recordó los eventos del previo junio como si hubieran pasado el
día anterior. Daniels insistió que el fallecido José Smtih se le había
aparecido en una visión y lo había llevado a la cima de una montaña. Allí, el
profeta ofreció al impresionable muchacho un “vaso de agua clara y fría”, lo
bendijo y le rogó que dijera a todos sus conocidos lo que sabía sobre los
asesinatos. Daniels tenía tanta confianza en su historia que había impreso un
panfleto, “Recuento correcto del asesinato del General José Smith y Hyrum Smith
en Cartage, el 27 de junio de 1844” y comenzó a vender copias dos semanas antes
del juicio a 25 centavos cada una.
Daniels
dijo que había salido de Warsaw con las milicias y había estado presente en la
funesta reunión cerca de Golden’s Point. En el panfleto, también agregó algunos
detalles selectos sobre la escena en la cárcel. Escribió que José había matado
a uno de los atacantes, y que el acusado Levi Williams dirigió el asalto encima
de su caballo. “¡Rápido!” Gritó Williams, “¡No hay peligro, muchachos; todo
está bien!” Cuando el herido José cayó de la ventana de la prisión, Daniels
recordó a Williams avivando el antagonismo: “¡Disparen! ¡Dios lo maldiga!
¡Disparen al maldito bribón!”
Pero
Daniels había guardado su más fantástica narrativa para el final. Dijo que un
joven había levantado el cuerpo postrado de José del suelo y lo apoyó contra un
muro de madera que rodeaba el aljibe de la prisión. El rufián, “descalzo y
pelado, sin abrigo, con sus pantalones levantados encima de las rodillas, y sin
camisa sobre sus codos”, murmuró: “Éste es el viejo Jo, yo lo conozco. Te
conozco, viejo Jo. Maldito; eres el hombre que hizo que le dispararan a mi
papá.” Supuestamente el “salvaje” era el hijo del gobernador Lilburn Boggs, de
Missouri, el blanco del intento de asesinato de Porter Rockwell.
Pero Daniels
sólo se estaba precalentando.
Con el
cuerpo de José apoyado contra la pared del aljibe, Levi Williams supuestamente
reunió a cuatro hombres para dispararle al prisionero a quemarropa. Mientras
que los atacantes prepararon sus mosquetes y los levantaron. Los ojos del
Presidente Smith se reposaron sobre ellos con una calma y silenciosa
resignación. No demostró sentimientos de agitación y las expresiones de su
rostro parecieron presagiar que su única oración era “Oh, Padre, perdónalos
porque no saben lo que hacen”.
Los
atacantes dispararon, y el cuerpo de José se cayó hacia adelante.
De repente,
el rufián regresó a la escena, armado con un cuchillo. Levantó su brazo con
toda la intención de cortar la cabeza de José, cuando una luz, repentina y
poderosa, emergió de los cielos sobre la sangrienta escena (pasando sus vívidas
cadenas entre José y sus asesinos), quienes fueron golpeados con un terrible
asombro y llenados de consternación. Esta luz, en su apariencia y potencia,
confundió todo poder de descripción.
La luz
enceguecedora detuvo la mano que llevaba el cuchillo. Los soldados tiraron sus
mosquetes “y se depararon sin moverse como estatuas de mármol, sin el poder de
mover ni sus cuerpos ni una sola extremidad”.
En su
narración escrita, Daniels dijo que la iluminación milagrosa lo había
convertido al mormonismo, lo cual causó la visita de José Smith en la cima de
la montaña.
Una segunda
historia de una luz milagrosa apareció en el diario de Mary Rollins Lightner,
una de las esposas plurales de José Smith. Lightner reportó haber visto a
muchos paramilitares que regresaban de Cartage el día después del asesinato de
Smith: “Nos dijeron que los Smith fueron asesinados y que una luz apareció
después de su muerte. Yo dije que eso probaría que José era un verdadero
profeta de Dios. Oh, no, dijo uno. Sólo demuestra que Dios está complacido con
los que lo mataron.”
Franklin
Worrell, quien hizo guardia en la cárcel de Cartage profesó estar enfurecido
por la elección de Backenstos. “Estoy enojado, enojado”, escribió Worrell al
diario de Mississipi, “sí, enojado como el diablo. Maldito grupo de malhechores
que tenemos en este condado”.
Bajo
amenaza de violencia en su hogar en Cartage, Backenstos decidió mudarse con su
familia a Nauvoo. A mediados de septiembre, el sheriff se fue de la ciudad en
un carro y se dio cuenta que una pequeña banda de hombres armados los estaba
persiguiendo. Después de pasar la noche en Warsaw, yendo al norte en el Camino
del Noroeste, vio a Worrell y a otros siete hombres armados persiguiéndolo a
caballo, con un vagón lleno de rifles detrás. Cerca de Golden's Point,
Backenstos se acercó a dos mormones, Return Jackson Redden y Orrin Porter
Rockwell, quienes estaban ayudando a una familia de santos agotados a mudarse a
Nauvoo. Con sus perseguidores a unos 150 metros detrás de él, Backenstos gritó
pidiendo ayuda. Rockwell galopó a su ayuda, y Backenstos ordenó a sus
perseguidores que se detuvieran. Ellos continuaron cabalgando hacia él. El
sheriff ordenó a Rockwell a que disparara, y el amigo de la niñez de José Smith
levantó su rifle y le dio a Worrell directamente en el pecho, catapultándolo
cuatro metros de su cabalgadura al piso.
Al escuchar
los disparos, Jacob Baum, un granjero mormón, corrió para ver lo que estaba
pasando en su propiedad.
“Lo agarré”,
dijo Rockwell.
“¿Agarraste
a quién?”
“A Worrell.
Temía que mi rifle no lo iba a alcanzar, pero sí lo hizo, gracias a Dios”.
Los
aterrorizados atacantes tiraron de las riendas, subieron al cadáver de Worrell
al vagón, y volvieron a Cartage.
La oración
de los santos había sido respondida.
Backenstos
y Rockwell fueron acusados del asesinato de Worrell, el cual sucedió en pleno
día. Ambos fueron absueltos.
Hola escuche un audio tuyo y me pareció un trabajo prolijo e interesante. Se puede saber cuál fue tu punto de quiebre que dio explosión a tus tus dudas? Cuando te diste cuenta... Gracias
ResponderEliminarMuchas gracias, Seiya. Me alegro que pienses eso.
EliminarMi historia es larga, porque estuve en la iglesia por más de dos décadas, pero escribí un ensayito al respecto si te interesa leerlo: http://sainesburyproject.com/pmblog/historias-personales/mi-historia/
Gracias otra vez!
Manuel
Gracias por tu amabilidad. Leí el breve relato de tu vida en la Iglesia, no te conozco, ni sé cómo sos, pero respeto tu testimonio y no soy nadie para juzgarte y porque tendría que hacerlo..no? Estuve escuchando otros audios tuyos, y según mi humilde opinión al hacer una leve comparación con los tuyos me parece que hay algunos periodistas que no deberían estar trabajando...
ResponderEliminarTrataré de escuchar los demás audio estos días, tal ves debes estar a full, auqnue encantaría escuchar en su momento, un audio de Jesucristo o uno del Papa y la iglesia Mormona.
Saludos Seiya.
Muchas gracias, Seiya.
EliminarA que te referis con un audio de Jesucristo? Cómo ven a Jesucristo los mormones o algo así?
Gracias de nuevo,
Manuel
La destrucción del Nauvoo expositor era completamente legal y se ajustaba a las leyes de la época.
ResponderEliminarMe estás hablando en serio? Destruir propiedad privada era legal? Entonces por qué lo encarcelaron? Vas a tener que darme una referencia, aunque estoy seguro que no la vas a encontrar porque eso es obviamente falso.
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