Episodio 92: El destino de los perseguidores de José Smith
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Pesquisas Mormonas es un programa de audio. Está preparado para ser escuchado. Si el contenido es un ensayo con información proveniente de libros y otros artículos, el texto básico del programa va a ser incluido en el blog. Pero hay que tener en cuenta que la información en el blog NO ES LA INFORMACION COMPLETA y no incluye opiniones o aclaraciones.
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El destino de los perseguidores de José Smith
Aunque las versiones folclóricas de las historias de los perseguidores de José Smith pueden no ser empíricamente auténticas, son parte de un cuerpo mayor de mitos que de ninguna manera está limitado a Utah. Richard M. Dorson ha reportado de una maldición similar y de su divina retribución en un pequeño pueblo en la Bahía Verde del Lago Michigan. Dos hermanos, los McDonald, después de una pelea borracha con cuchillos en la que mataron a un hombre, fueron sacados de la cárcel por una turba demente, ahorcados, arrastrados por las calles del pueblo de sus cuellos y finalmente incinerados en un prostíbulo. Inmediatamente después, sus restos fueron colgados de dos pinos. Según Dorson, “algunas leyendas surgieron en la historia estadounidense que pueden compararse con el linchamiento de los muchachos McDonald en Menominee, Michigan, en 1881.(20) La creencia folclórica dice que la muchedumbre que linchó a los hermanos fue maldecida por el Padre Menard, un sacerdote católico. Dice Dorson:(21)
El historiador al que Hawthorne se refiere fue
probablemente William Sewell, cuya obra de dos volúmenes, La historia del origen, incremento, y progreso, de la gente cristiana
llamada los cuáqueros, fue publicada en 1823. En su obra Sewell
específicamente discute la muerte de Endicott, atribuyéndole una “enfermedad
repugnante, tanto que apestaba en vida, y murió de podredumbre, su nombre
siendo seguro de darle un mal sabor a las generaciones por venir”.(26)
Puede bajar el artículo en formato PDF aquí
El libro El destino de los perseguidores del profeta José Smith es uno de los libros folclóricos mormones más populares. A cada mormón de Utah al que le pregunté, me dijo que lo había leído, y según algunos reportes, es el libro más prestados de las bibliotecas de Utah.
El libro El destino de los perseguidores del profeta José Smith es uno de los libros folclóricos mormones más populares. A cada mormón de Utah al que le pregunté, me dijo que lo había leído, y según algunos reportes, es el libro más prestados de las bibliotecas de Utah.
El libro habla del martirio de José Smith, y
luego dedica un capítulo entero a las terribles muertes y los sufrimientos
tortuosos de los hombres que asesinaron al profeta mormón. El libro está basado
en declaraciones juradas de supuestos testigos, y aunque ninguna de las
historias en el libro puede ser verificada—el mismo apóstol mormón Dallin H.
Oaks ha escrito que los asesinos de José Smith no solamente no sufrieron
muertes horribles, sino que fueron, en su mayoría, hombres de carreras muy
exitosas—, la gente en la iglesia cree en ellas sin vacilación.
A continuación incluyo los dos primeros
relatos de las horribles muertes de los asesinos de José seguidas de un ensayo
en la revista Dialogue sobre la
historicidad y significado folclórico de las historias.
Historia 1: Un
miembro de la turba viene a Utah
Declaración
jurada de William H. Chappell, quien ahora reside en Coalville, Summit County,
Utah, con respecto a un miembro de la turba que asesinó al Profeta José Smith.
Aproximadamente en el año 1892, cuando yo
tenía dieciocho años de edad (habiendo nacido el 29 de abril de 1874), y
viviendo en lo que entonces era conocido como East Coalville Ward, pero ahora
conocido como Cluff Ward), un viejo hombre de nombre Brooks se mudó al
vecindario y fue vecino de mi padre, William E. Chappell. Este viejo hombre
tenía un hijo de nombre Alf Brooks, quien tenía unos cuatro años más que yo.
Según lo que recuerdo, había un pequeño perro en la casa en la que vivían. El
viejo hombre solía venir al hogar de mi padre, sentarse en el porche y hablar
con mi padre. La conversación se tornaba a historias de pioneros y al Profeta
José Smith. Una tarde en particular, después de que mi padre había hablado
sobre José Smith, el viejo Brooks dijo: “Sr. Chappell, yo vi la última bala
disparada en el cuerpo del viejo muchacho”. Después de que el Sr. Brooks se marchó
a su cabaña, mi padre dijo: “Con razón es una vieja alma tan miserable. Si vio
la última bala disparada a José Smith, él estaba en la muchedumbre. Si estaba
en la muchedumbre, ha sido profetizado que sufrirá todo tipo de tormento, sus
extremidades se pudrirán y caerán de su cuerpo, y no tendrá el coraje de
quitarse su propia vida”.
Antes de que esta conversación ocurriera,
nunca había prestado atención al viejo hombre, pero había sido más bien
amistoso con su hijo. Pero después de la conversación tomé particular interés
en el viejo hombre y en cómo sufrió. El viejo tenía un cinturón que llevaba
alrededor de su cintura, el cual su hijo le quitaba y le pegaba al viejo sólo
para oírlo gritar, y después de pegarle, el hijo se reía y profanaba y parecía
disfrutarlo. Yo vi todo esto. El viejo era lisiado y podía caminar sólo con la
ayuda de dos palos, uno en cada mano, y sin la ayuda de estos palos era
totalmente incapaz de caminar. La causa de la lisiadura me era desconocida. El
hijo llevaba al viejo a un tiradero de una mina de carbón a unos trescientos o
cuatrocientos metros de su cabaña de la misma manera que llevaría al ganado, y
llenaba sacos con carbón, los ataba en la espalda del viejo y lo guiaba de
regreso a la cabaña. El viejo le rogaba a su hijo que no llenara los sacos con
demasiado carbón. Si no iba lo suficientemente rápido, el hijo le pegaba con su
cinturón, al cual había sacado de la cintura de su padre antes de ir a buscar el
carbón. Ellos vivieron en esa cabaña por unos dos años y luego se mudaron a
Coalville, a una casa cerca de donde ahora está el quiosco de perros calientes
de Beth White. Mientras vivían allí, los dedos del pie se le pudrieron y cayeron.
Más tarde, un Dr. Cannon, quien vivía en Coalville, y quien tenía un rancho en
el cañón de Weber, a unas ocho millas de Oackley, hizo arreglos con el viejo
hombre y con su hijo para comenzar un rancho de pollos en las premisas del Dr.
Cannon, a la cual el padre e hijo se mudaron. Aproximadamente en esa época mi
hermana, Elizabeth Chappell, se casó con Thomas Wilde y él tenía un rancho
junto al del Dr. Cannon y vivía a unos cuatrocientos metros de donde el viejo y
su hijo vivían. En la primavera, el Dr. Cannon preguntó sobre la desaparición
de los pollos en la granja, y el viejo respondió que “Los zorrinos los han
comido”. A lo cual el Dr. Cannon respondió: “Usted es el zorrino más grande”.
El hijo a menudo dejaba a su padre por tres o
cuatro días y a veces una semana entera sin comida. Yo estaba en el rancho de
mi cuñado un otoño, en noviembre, cuando cayeron unas ocho pulgadas de nieve. El
clima se aclaró a la tarde, y bajó hasta cero a la noche (Nota del traductor:
cero grados Fahrenheit, son equivalente a 18º bajo cero centígrados). Mi cuñado
y yo le llevamos al viejo una cobija extra y un poco de comida y también
cortamos madera, la cual apilamos cerca de la estufa para que pudiera
fácilmente mantener prendido el fuego durante la noche sin tener que salir de
la cama. Después de regresar a casa más tarde esa noche, escuché gritos.
Desperté a mi cuñado y me dijo: “No le hagas caso. Siempre grita así”. Cuando
nos levantamos la próxima mañana, miramos hacia su cabaña y vimos que la casa
había desaparecido. Inmediatamente nos dirigimos a donde su cabaña había estado,
y se había quemado completamente durante la noche. Todas las ropas del viejo se
habían quemado y todo su cuerpo estaba quemado, de los pies a la punta de la cabeza.
Él estaba vivo y yacía acurrucado en las cenizas de la cabaña quemada, tratando
de mantenerse caliente. Aseguramos algunas cobijas y con un trineo y caballos
lo llevamos a Peoa, donde encontramos a su hijo. La gente de Peoa hizo una
colecta y juntaron cinco dólares, se los dieron al hijo y le pidieron que fuera
a Park City para comprar una medicina que le dijeron. Con el dinero el hijo
compró licor y se emborrachó y no regresó por cuatro días. El viejo murió el
cuarto día después de haberse quemado, antes de que su hijo regresara. Sus
restos fueron enterrados en el cementerio de Peoa. El hijo fue expulsado del
condado y se dirigió inmediatamente a rumbos desconocidos.
Firmado:
William H. Chappell
________
Coalville, Utah, 6 de noviembre, 1848
Yo, Joseph H. Wilde, estuve presente cuando mi
hermano, Thomas Wilde y otros, llevaron las cobijas a la cabaña para cubrir al
viejo hombre tal como fue descrito en la declaración jurada anterior. El viejo
era un usador habitual de tabaco, y en esta ocasión mi hermano había comprado
un trozo de tabaco de mascar y se lo dio. El viejo pensó que era un revolver
con el que le estaban apuntando y exclamó “Por el amor de Dios, no me dispare”.
Yo era un niño cuando estas cosas pasaron, pero puedo recordar claramente al
viejo hombre hablando de José Smith como “el viejo Joe Smith”. Aunque este
hombre estuvo implicado en el asesinato del Profeta José, los santos de los
últimos días que residían en la vecindad eran muy considerados y le traían
comida y ropa, y esto es particularmente verdadero de mi hermano Thomas Wilde,
quien residía a una corta distancia de la cabaña en la que el viejo hombre, el Sr.
Brooks, vivía. Su hijo, Alf Brooks, ayudó a mi hermano durante la temporada de
corte del heno y cenó en su hogar mientras estaba siendo empleado.
Firmado Joseph H. Wilde.
******
Historia 2: Trece
miembros de la turba sufren un destino en común
Martha James Cragun (Casada con Isaiah Cox) nació el 3 de marzo de 1852
en Mill Creek, condado de Salt Lake, Utah. En octubre, 1862, recibieron una
llamada para que fueran al condado de Dixie como pioneros, y en mayo el bisabuelo
James Cragun, su esposa (Eleanor Lane Cragun) y su familia partieron para
Dixie. Martha Cox recibió su educación allí yendo a la escuela y trabajando.
Ella comenzó a enseñar en 1868 y fue sellada el 6 de diciembre de 1869 en la
Casa de Investiduras de Salt Lake por el Pres. Daniel H. Wells. Ella continuó
enseñando en cuanto regresaron de Salt Lake City y enseñó en St. George de a
temporadas hasta el 31 de agosto de 1881, cuando llegó a Muddy Valley.
(Nota del traductor: Esta declaración jurada
está escrita en párrafos enormes, lo que dificulta la lectura. Me he tomado la
libertad de dividirla en párrafos más pequeños y de corregir la puntuación.)
Del diario de J. C. Cox
Los administradores de la escuela Muddy Valley
me habían notificado que esperaban abrir su escuela el 1 de septiembre. Estuve
allí el 31 de agosto. La próxima mañana después de mi llegada, visité a los
administradores en el lugar donde el edificio de la escuela estaba siendo erigida.
Me presenté como la propuesta maestra para la escuela. Allí estaba el Sr.
McGuire, el administrador principal, quien era un hombre irlandés muy alto,
sentado, cuando primero llegué, en una gran piedra que iba a ser usada como la
piedra principal del edificio, pero se paró con una pipa de boquilla larga en
su boca babeante. Se quitó el sombrero y se rascó la desordenada cabeza
mientras me informó que serían tres semanas antes de que estuviera lista para
mí.
Le pregunté qué preparaciones eran necesarias
para poder estar listos. Dijo que había que terminar la casa y que las paredes
sólo estaban parcialmente erigidas. Miré a Morgan, el segundo administrador, un
hombre con una masa imponente de grasa, músculos y huesos, cuyo trabajo parecía
ser traer el material, mientras que Ute Perkins, a quien conocía como un viejo
residente de St. George, tenía el trabajo de poner el adobe y el mortero. Les
dije que si eso era todo lo que faltaba, la escuela no necesitaba esperar un
solo día, porque con tan hermoso clima una clase sentándose bajo los hermosos
álamos al lado del bello y claro arroyo no tendría mejor lugar para aprender, y
que si asentían, podíamos abrir la escuela la próxima mañana bajo los árboles.
McGuire recibió mi propuesta con una mirada dubitativa, la cual se esfumó
cuando le dije sonriendo que podía enseñar todo lo que sabía bajo los álamos. Y
así fue arreglado.
Un viejo hombre llamado Roscoe tenía una cabaña
cerca, justo al frente del pequeño arroyo con un terreno limpio que llegaba
hasta el borde del arroyo. Directamente al lado del arroyo había un espacio
plano a la sombra de tres hermosos árboles. Allí trajeron unos escritorios
escolares y el Sr. Roscoe me prestó una vieja mesa para que yo pudiera usarla.
Los estudiantes colgaron sus bonetes y sombreros en un clavo en los árboles,
donde yo también me las arreglé para colgar el pizarrón, el cual había tenido
desde la vez que lo hice convertir de una tabla de pan para mi primera escuela.
Esa tarde, el 1 de septiembre, registré a nueve estudiantes.
Un afuereño llamado Logan, el otro
administrador, quien vivía en un lugar que todavía lleva su nombre, retuvo a
sus hijos (no los enviaría a que fueran enseñados por una “mormona”, además la escuela no estaba siendo construida
en el lugar correcto, según su opinión). Los administradores me pidieron que lo
visitara, lo cual yo hice. Me dijo que no quería que sus hijos fueran a la
escuela porque no estaba en el lugar correcto y que no enviaría a sus hijos tan
lejos y que vivía al menos a cinco millas. Pero no hizo ninguna referencia a la
maestra. Su saliva con tabaco cayendo de su boca y su hediondez eran
asquerosos, y la Hermana Whitmore y yo pronto nos retiramos. Sentí que tenía al
menos un enemigo mortal en el valle. Él me dijo también que tendría dificultad
en recibir mi paga y que sería mejor que abandonara el valle. Yo no tenía
miedo.
En una reunión en Santo Tomás (Nevada) llamada
por la gente que consideraba las necesidades de la escuela y para hablar del
tema de la maestra “mormona”, se le preguntó a cada ciudadano que diera su
opinión sobre la cuestión mormona. Ni la Sra. Whitmore ni yo fuimos invitadas,
por lo que no estuvimos presentes. En esta reunión todos excepto Logan me
apoyaron. Un hombre, un tal “Jack Reed”, un viejo hombre que era respetado en
el valle, quien vivía en St. Tomás, dijo en esta reunión que él era un miembro
de la muchedumbre que martirizó al profeta. Tenía unos cincuenta años de edad
en ese tiempo. Dijo que tomó su arma y que orgullosamente marchó a Carthage y
tomó parte en el asesinato de los dos profetas. La Sra. McGuire me relató lo
que dijo, y luego también me contó que su propio padre (Nota del traductor: el
padre de la Sra. McGuire) era uno de los pandilleros que llenaron de brea y
plumas al profeta y me dijo que pensaba que yo era una mujer demasiado
inteligente como para ser mormona.
Yo estaba viviendo con la Hermana Whitmore. Se
esperaba que yo ayudara con el trabajo de la casa para pagar por mi cuarto.
Hice esto satisfactoriamente, pero me era difícil conseguir comida. Pronto se
me acabó la harina y tuve que tomar prestado de mis amigos. Ordeñé las vacas y
cuidé la leche para recibir parte de ella. Era difícil para la gente encontrar
una manera de enviarme suministros. Hice arreglos con la Hermana Whitmore para
hacer más trabajos y para que me diera de comer. Hice trabajos muy peculiares.
Recogí algodón los sábados y dediqué un día de trabajo cortando girasoles.
A fines de septiembre oí que Jack Reed estaba
sufriendo de una enfermedad extraña. Se había enfermado unos días después de
hacer la declaración de que formó parte del asunto en Carthage, pero nadie me
había dicho nada de su enfermedad hasta que lo oí de uno de mis amigos indios,
quien dijo que tenía gusanos en la carne.
Estuve determinada a visitarlo si podía y a
tratar de verificar la declaración que hizo durante la reunión. El hombre no
tenía familia, y el Sr. McGuire era su ayudante. Le pregunté al Sr. McGuire si
me permitiría y a la Sra. Whitmore visitar al Sr. Reed. Él dijo que el Sr. Reed
era una visión que a ninguna mujer blanca se le debía permitir observar. Fue,
literalmente, comido en vida por gusanos. Sus ojos se habían caído, la piel en
sus mejillas y en su cuello se había caído, y aunque podía respirar, sólo podía
recibir su alimento por medio de una apertura en su garganta, y, dijo McGuire, “Pedazos
de carne tan grandes como mis dos manos se han caído de diferentes partes de su
cuerpo”.
La granja del enfermo fue dada a hombres
blancos que lo atendieron al comienzo de su enfermedad. Finalmente, cuando no
pudieron soportar más la prueba, llamaron a los indios para que le echaran agua
en la garganta y le dieran cualquier otra atención que pudieran, y se les pagó
con los caballos del hombre enfermo. Cuando finalmente murió, los indios
llevaron sus horribles restos por las cuatro esquinas de la cobija sobre la
cual había yacido por semanas, y metieron eso en una caja que los hombres
blancos habían preparado. La cobija fue puesta encima de él y la caja
rápidamente cerrada y clavada y bajada en la profunda tumba tan pronto como fue
posible. No hubo un funeral. Junto a Reed, el Sr. Logan estaba flanqueado por
otro hombre, un abogado llamado McGarrigle. Yo tenía la idea de que este grupo
de enemigos estaba presentando una petición en mi contra porque era una
polígama. Pero durante la enfermedad de Reed, el tema de los mormones pareció
desaparecer.
No fue sino por mucho tiempo, algunos años
después, que me enteré de la causa del asunto. Uno llamado “Jack Longstreet” se hizo primer ayudante de Reed junto con
McGuire. A estos hombres Reed les confesó que su participación en el asesinato
del Profeta era la causa de su aflicción. Le dijo a Longstreet: “Es la
maldición mormona que está sobre mí. No puedo vivir, debo podrirme completamente
antes de morir”. Dijo que Brigham Young había pronunciado esa maldición sobre
toda la turba, y que conocía a trece de ellos que murieron de la misma manera
en la que él estaba muriendo. Pero había vivido tanto tiempo y había pasado el
desafortunado número trece, que pensó que había escapado de la maldición. Les
recomendó a sus ayudantes a que nunca dijeran nada en contra de los mormones,
que fueran sus amigos, de lo contrario, dijo, “Pueden sufrir la maldición
mormona”. Longstreet le contó a la Sra. Emma Huntsman, a quien él visitaba
frecuentemente, esta confesión de Reed como una advertencia para ella, y
declaró que él mismo no se atrevería a levantar una mano contra ellos. Creo que
jamás lo hizo.
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Destino
de los perseguidores de José Smith: Transmutación de un mito americano
Por Richard C. Poulsen
José Smith fue asesinado por una turba enfurecida a principios del verano de 1844. El momento en que murió, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días tuvo un nacimiento cultural. Ni una reunión de seis miembros, ni una aprobación eclesiástica de algún concilio de líderes podría haberle dado a la Iglesia Mormona una base operacional como lo hizo la muerte de José Smith. Ahora los mormones tenían un mártir.(1)
Por Richard C. Poulsen
José Smith fue asesinado por una turba enfurecida a principios del verano de 1844. El momento en que murió, la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días tuvo un nacimiento cultural. Ni una reunión de seis miembros, ni una aprobación eclesiástica de algún concilio de líderes podría haberle dado a la Iglesia Mormona una base operacional como lo hizo la muerte de José Smith. Ahora los mormones tenían un mártir.(1)
La historia que rodea a este incidente ha recibido
mucha atención tanto por escritores mormones como por no mormones, pero quizá
una ramificación de más alcance y ciertamente más compleja del martirio que la
simple documentación de detalles históricos, es que nos ha provisto de un grupo
de historias centradas en aquellos que participaron en los asesinatos. Estas
narrativas coleccionadas y publicadas en un libro curioso pero muy popular intitulado
El destino de los perseguidores de José
Smith, por N. B. Lundwall, reflejan una fuerza poderosa en las creencias folclóricas de la corriente
principal del mormonismo.(2) Estas historias, las que en sus aspectos
particulares son mormonas, son sin embargo parte de un mayor cuerpo de leyendas
que tiene claros antecedentes en las creencias folclóricas estadounidenses.
Según Lundwall, estas historias, a las cuales
él llama “información histórica”,(3) muestran que aquellos que persiguieron al
profeta encontraron muertes grotescas y prematuras. Por ejemplo, en una
entrevista con Lundwall, George C. King de Garland, Utah, reportó los
espantosos detalles del sufrimiento y muerte de uno que había, según se dice,
ayudado a asesinar a José Smith. Según King:(4)
La declaración de
Seth Howe ha dejado una impresión duradera en mí mientras me relató lo siguiente:
“Mi abuelo fue uno de los líderes de la muchedumbre que asesinó a Joe Smith”.
Le pregunté más acerca de lo que había pasado con su abuelo después. Me contó
que después del asesinato de José Smith, su abuelo nunca vivió bien un solo día,
aunque vivió por muchos años más. Su condición se hizo progresivamente peor y
los doctores del día, quienes fueron llamados para ayudarle, no pudieron
diagnosticarlo con ninguna enfermedad conocida, pero su sufrimiento era tan
intenso que él frecuentemente expresó su deseo de tomar veneno para así
terminar con todo. Su familia muy cuidadosamente mantuvo todo lo que era de esa
naturaleza fuera de su alcance, y cuando murió se había podrido en vida,
finalmente muriendo en una agonía intensa.
Mientras estaba encarcelado en la cárcel de
Liberty, Missouri, el 20 de marzo de 1839, José Smith escribió que Dios le
había asegurado que “Malditos son aquellos que levanten su talón contra mi
ungido”.(5) Tales maldiciones eran comunes en literaturas folclóricas,(6) y,
según estas historias populares, la maldición de José, o su reporte de la
maldición, tenía implicaciones sangrientas.
Según J. C. Cox, un tal Jack Reed, un
participante declarado en el asesinato de José Smith, se encontró con un
destino horrible. En su diario Cox escribió que Reed se había enfermado,
sufriendo de una aflicción extraña. Según un indio amigo, la carne de Reed
estaba llena de gusanos y era algo que ninguna mujer blanca podría ser
permitida ver:
Fue, literalmente,
comido en vida por gusanos. Sus ojos se habían caído, la piel en sus mejillas y
en su cuello se había caído, y aunque podía respirar, solo podía recibir su
alimento por medio de una apertura en su garganta.
Pedazos de carne tan grandes como dos manos
supuestamente se habían caído de diferentes partes de su cuerpo.(7)
En el mismo día, en su diario, la Sra. Cox
afirmó que Brigham Young había maldecido a la multitud, diciendo que los
participantes se “pudrirían completamente antes de morir”.(8)
Irónicamente, se dice que algunos de los
pandilleros vinieron a Utah, donde continuaron sufriendo la maldición. Sobre un
lastimero viejo hombre viviendo cerca de Bedue Creek en la parte superior de
Río Weber, Thomas Nichols escribió que:(9)
La parte inferior de
una oreja se le había caído, una parte del lado izquierdo de su nariz se había
podrido, y había otras llagas repulsivas en su cara. Él me mostró sus manos.
Había muy poca carne sólida en ellas. Le expresé mi compasión y él dijo que sus
pies estaban peor que sus manos. Le pregunté qué había causado su problema, y
me respondió: “No sé, a menos que haya sido una maldición de Dios sobre mí”. Él
dijo que algunos hombres le habían dicho que era eso, porque había estado con
los hombres que mataron a Joe Smith, el profeta mormón”.
La maldición comenzó a hacer efecto inmediato en
algunos de los hombres involucrados. De la Autobiografía de Parley P. Pratt
aprendemos que un hombre de Iowa llamado Townsend había participado en el
martirio. Un disparo de la pistola de José Smith lo hirió en el brazo; pronto
el brazo comenzó a podrirse y finamente fue amputado. Sin embargo, la operación
no detuvo la extraña putrefacción y ocho o nueve meses después de la operación,
Townsend murió, “habiéndose literalmente podrido en vida”. Antes de morir, Townsend
confesó que sabía que José Smith era un profeta.(10)
Tales muertes no eran encontradas
exclusivamente por aquellos que asesinaron a José Smith. Muchos hombres que
persiguieron a los mormones en el este y en el medio oeste o que habían
atormentado a los misioneros mormones encontraron destinos similares. Algunos
murieron en extrañas caídas, acorneados por carneros, enterrados vivos,(11) u
horriblemente tullidos. Otros se congelaron hasta la muerte, murieron de
borrachos,(12) o fueron disparados.(13)
Un persistente mito
de Utah dice que algunos de los asesinos de José y Hyrum Smith tuvieron muertes
justamente horribles, que la Providencia intervino para dispensar la justicia
negada en la cárcel de Carthage. Pero los cinco acusados que fueron a juicio, incluyendo
al hombre que había sido demostrado ser el líder en el plan del asesinato y
otros asociados con ellos, disfrutaron carreras notablemente exitosas.
Entonces explican que:(15)
Los únicos personajes
principales en el juicio de Carthage que parecen haber sido perseguidos por la
tragedia en sus carreras fueron los fiscales, el sheriff, el juez y el
gobernador.
Pero el problema central en estas historias de
muerte por medio de retribución divina no es la consideración histórica, sino
más bien un problema que crece de los valores mormones, de la propia percepción
inconsciente(16) que la subcultura mormona de Utah había fomentado y promovido.
Aunque el incidente alrededor del cual estas historias rondan, el asesinato de
José Smith, es históricamente verdadero, las historias que Lundwall compiló
probablemente no son tan históricamente auténticas.(17) Algunos historiadores inmediatamente
respondieron a ellas desechándolas tales “disparates” como las desvariantes de
fanáticos, las cuales no se pueden corroborar históricamente. Sin embargo, como
William A. Wilson notó:(18)
Lo que debemos
recordar es que lo que realmente pasó es a menudo menos importante que lo que
creemos que pasó. Nosotros [virtualmente todos nosotros, ya que todos
pertenecemos a muchos grupos “folclóricos”] estamos motivados no por hechos
reales, sino por lo que creemos que son hechos.
Por ejemplo, uno de las creencias folclóricas
más comúnmente compartidas entre los mormones de Utah tiene que ver con la
venida de los santos al valle del Gran Salt Lake en 1847. Muchos mormones del
Wasatch Front (Nota del traductor: El Wasatch Front es la región en el norte de
Utah, más comúnmente refiriéndose al área de Ogden y sus alrededores) creen que
Brigham Young y su compañía fueron guiados al valle de la misma manera en que
Moisés y los hijos de Israel fueron guiados a la “tierra prometida”. Esta
creencia personifica lo que he llamado “el mito de la migración mormona”.(19)
Aunque hay amplia evidencia histórica de que
los mormones sabían exactamente a dónde estaban yendo antes de salir de Nauvoo,
la persuasión, la educación, los argumentos, y las peleas hacen poco para
convencer a la gente de sus “pecados contra la historia”. Por el contrario,
muchos mormones están preparados para y dispuestos constantemente a compartir
sus testimonios del “hecho” de que los santos fueron guiados únicamente por
revelación. El punto en contra es que en la mente folclórica la gente comparte
testimonios que son tan históricamente acertados como el hecho de que un
granjero de maníes de Georgia fue elegido presidente de los Estados Unidos en
1976 (Nota del traductor: Muchos estadounidenses, especialmente conservadores,
justifican su animosidad contra el presidente Jimmy Carter diciendo que era un
incompetente porque era sólo “un granjero de maníes”. Pero si bien Jimmy Carter
fue en efecto un granjero de maníes, también sirvió dos términos como senador y
uno como gobernador de su estado, detalles convenientemente ignorados por sus
críticos). La gente de esta subcultura mormona hace poca distinción entre la
historia folclórica y la historia empírica; de hecho, para ellos no existe
ninguna diferencia. Por lo tanto, si las palabras de Lundwall son históricamente
reales o no, ciertamente son reales en la mente de un mormón; ya que las
historias son psicológicamente reales. La cuestión de su autenticidad histórica
no es una consideración importante aquí. Como las historias que Lundwall
imprimió existen en diferentes versiones y los que las cuentan creen que son
verdaderas, deben ser consideradas leyendas. Si tienen bases históricas o no,
ciertamente son “mitológicamente” verdaderas.
Aunque las versiones folclóricas de las historias de los perseguidores de José Smith pueden no ser empíricamente auténticas, son parte de un cuerpo mayor de mitos que de ninguna manera está limitado a Utah. Richard M. Dorson ha reportado de una maldición similar y de su divina retribución en un pequeño pueblo en la Bahía Verde del Lago Michigan. Dos hermanos, los McDonald, después de una pelea borracha con cuchillos en la que mataron a un hombre, fueron sacados de la cárcel por una turba demente, ahorcados, arrastrados por las calles del pueblo de sus cuellos y finalmente incinerados en un prostíbulo. Inmediatamente después, sus restos fueron colgados de dos pinos. Según Dorson, “algunas leyendas surgieron en la historia estadounidense que pueden compararse con el linchamiento de los muchachos McDonald en Menominee, Michigan, en 1881.(20) La creencia folclórica dice que la muchedumbre que linchó a los hermanos fue maldecida por el Padre Menard, un sacerdote católico. Dice Dorson:(21)
Los cabecillas no
fueron arrestados ni recibieron juicio. Pero no sería correcto decir que no
recibieron justicia. Se había pasado una sentencia aun antes de que llegaran al
letrero de cruce con los hombres muriendo. Padre Menard, cuya iglesia estaba
sólo a una cuadra de la corte, le rogó a la pandilla, mientras desfilaban por
la calle principal, que desistieran. Cuando los sangrientos hombres se rieron
en su cara, él los sentenció con una maldición: que todos los que continuaran
arrastrando los cuerpos morirían con sus botas puestas. Así dicen los católicos
franceses e irlandeses. Hombres de otras fes sienten que la venganza divina
visitó la maldición de los linchadores.
La tradición dice que todos en la turba
murieron con sus botas puestas, algunos en maneras muy extrañas e inesperadas.(22)
Interesantemente, fue una creencia fundada en el celo cristiano originado y
pasado en este tipo de historia por medio de la tradición oral en una manera
muy similar a las historias sobre los asesinos de José Smith pasadas entre los
mormones.
Trece años después de que Dorson compiló sus
leyendas de Michigan, él escucho otra variedad estadounidense. Cuando estaba
atendiendo un seminario de “Leyendas americanas” con Hector Lee en la
universidad estatal Chico State College en el verano de 1959. Dorson escuchó a
Lee relatar una “Narrativa del linchamiento en el puente Lookout”, el cual
ocurrió en 1901 en Gouger’s Neck, California. Según Dorson, la historia del
Gouger’s Neck contenía “los mismos temas de base” que la leyenda de Menominee”.(23)
El resentimiento del
pueblo contra una familia mestiza de rufianes, su arresto, el ser sacados de la
cárcel, una pelea y un linchamiento, la exoneración de los linchadores, y sus
macabras muertes. En la frase de los ancianos del pueblo, “El infierno los
poseyó, a cada uno de ellos”. Uno caminó en frente de un tren, otro tuvo cáncer
de la garganta, un tercero murió de una podredumbre en el estómago como si
hubiera sido pateado allí.
La leyenda de Lee de Gouger’s Neck es similar
en tono y consecuencias a las historias circuladas entre los mormones sobre las
muertes de los perseguidores de José Smith. Obviamente la muerte por
podredumbre también está presente en la historia de Gouger’s Neck.
Historias similares han circulado en la
tradición estadounidense por siglos. Nathaniel Hawthorne en su historia “El
muchacho gentil”, una historia de persecución de los cuáqueros por parte de los
puritanos, menciona las actividades de los Amigos (Nota del traductor: “Amigos”
es otro nombre para los cuáqueros), notando que a causa de su celo religioso,
el cual molestaba en gran manera a los puritanos, “en el año 1659, el gobierno
de Massachusetts Bay completó a dos miembros de los cuáqueros con la corona del
martirio.(24)
Hablando de John Endicott, gobernador de
Boston, y otros que persiguieron a los cuáqueros, Hawthorne escribió que:(25)
Los cuáqueros, cuyos
sentimientos vengativos no eran menos profundos porque estaban inactivos,
recordaron a este hombre [Endicott] y a sus socios en tiempos postreros. El
historiador de la secta . . . recuenta los juicios que recibieron, en la edad
de la vejez y en la hora de la partida. Él nos cuenta que murieron súbita y
violentamente y en la locura; pero nada puede exceder la amarga burla con la
que registra las asquerosas enfermedades, y “las muertes por podredumbre” del
feroz y cruel gobernador.
La “muerte por podredumbre” mencionada por
Hawthorne aquí es, otra vez, similar a los supuestos destinos de muchos de los
perseguidores de José Smith. Mostrando que él se basó en la historia para hacer
tales comentarios, Hawthorne mencionó al “historiador de la secta” y a veces
parece estar citándolo directamente.
Nathaniel Hawthorne |
La razón por que la gente dice y cree
historias como las que rodearon a los asesinos de Menominee, el linchamiento de
Gouger’s Neck, el ahorcamiento de los cuáqueros por los puritanos, y el
asesinato de José Smith nunca podrá ser entendida completamente. Sin embargo,
es probable que la mayoría de estas historias son contadas para reforzar las
normas culturales y las creencias a través de un proceso que los folcloristas
llaman “recreación comunal”. Es decir, cuentos, chistes, leyendas, canciones folclóricas,
y otras formas pueden ser tomadas prestadas de una cultura por otra, cambiadas
para conformarse a las normas (ya sea históricas, religiosas, nacionales, y
más) del nuevo grupo. Tal recreación ha tomado lugar en muchas formas entre los
mormones.
Una de las creencias folclóricas más
comúnmente recolectadas y estudiadas en los EEUU es un grupo de historias,
familiares para la mayoría de los santos de los últimos días, que cuentan del
ministerio y visitación de los tres nefitas, esas figuras sagradas del Libro de
Mormón quienes, como Juan en el Nuevo Testamento, fueron permitidos vivir en la
carne en la tierra hasta el retorno de Cristo. Historias de intervención de los
nefitas en los asuntos de los hombres, a menudo en la forma de ayuda para los mormones
en necesidad, circulan libremente en la iglesia. Según William A. Wilson, “la
verdad esencial de las historias de los nefitas . . . yace no en su verdad o
falsedad sino en la visión que le dan a aquellos que las creen. . .”(27)
La “visión” en el mormonismo es que los santos
de los últimos días son la gente elegida de Dios y que Él hará mucho para
proteger, auxiliar, elevar, y santificar a sus hijos.
En los años inmediatamente después del
martirio, los mormones estuvieron permanentemente a la defensiva.(28) Es
entonces posible que los santos adaptaran las instancias y consecuencias de
leyendas en la tradición oral (como las contadas por los cuáqueros de las
retribuciones de Dios contra los puritanos) a sus propias circunstancias
peculiares. Como los personajes indefensos en la frontera estadounidense, las
historias de la destrucción de sus enemigos por un Dios protector fácilmente
refuerzan la creencia de que los mormones fueron la gente elegida; que el
Creador protegería a sus hijos contra los escándalos de un mundo no iluminado,
como lo hizo con Abraham, Moisés, Job, y hasta con los puritanos; que en la
hora de oscuridad los hijos siempre podrían contar con su Padre.
En esos días tempranos después del martirio,
las historias contadas de las muertes de los asesinos pueden haber tenido un
valor práctico desconocido para los mormones modernos. Creaban y reforzaban la
solidaridad del grupo cuando se enfrentaron con peligros tanto reales como
imaginarios. Pero no explica la popularidad de tales historias entre los fieles
modernos. Los mormones del siglo 21, como una subcultura, son probablemente tan
conscientes del pasado (no necesariamente del pasado histórico) de sus
antepasados como cualquier otro grupo de gente en los Estados Unidos. Ven con
orgullo la sangre y las lágrimas de las compañías de carros de mano, las
privaciones, los sufrimientos invernales, las persecuciones por turbas y ejércitos—porque
a través de todo esto, los santos han permanecido. Además, sus obvios
atractivos por los aspectos macabros y sensacionalistas, las historias oscuras
de sufrimiento y muerte que les tocó a los asesinos del profeta, afirman a una
nueva generación de mormones que el pasado es real, que las consecuencias del
martirio tuvieron efectos y repercusiones que el mundo aun siente y sentirá “hasta
la tercera y cuarta generación”.
Incluso más importante que la factibilidad del
pasado para los mormones modernos, es su glorificación. Uno puede creer que el
pasado fue real sin sentirse iluminado; pero si uno puede trazar la
benevolencia de los actos del Señor entre sus ancestros, entonces el pasado
trasciende las consideraciones históricas. Como mencioné anteriormente, estas
historias son contadas y creídas para reforzar una norma cultural; por lo tanto
al ser contadas, los horrores sufridos por los malvados se convierten en un
refuerzo positivo de un estilo de vida introducido por el mismo profeta. Y al
contarlas, leerlas y creer en las
leyendas, el pasado por siempre permanece en el presente.
El folclore es una fuerza vibrante en las
vidas de la mayoría de los mormones, una fuerza que ayuda a identificar raíces
culturales mientras que ayuda a la gente a lidiar con el presente y el futuro.
Y muy probablemente una comprensión de la ética mormona puede mejor ser
obtenida a través del estudio del folclore mormón.(29) Los mormones, como otros
grupos de gente en este país, han aumentado y adaptado las leyendas de
tradiciones tanto orales como escritas a sus propios problemas y situaciones.
En este respecto, las peculiaridades de los santos de los últimos días han sido
y serán compartidas por otros grupos para explicar, reforzar y defender normas
culturales.
NOTAS
1. Esta idea parece ser reforzada en una
declaración hecha por Willard Richards y John Taylor, quienes estaban en la
cárcel en Carthage con los Smith durante el asesinato. En una carta de
instrucciones e información para el presidente de la Misión Británica fechada 9
de julio 1844, dijeron del asesinato, “Llamará la ira e indignación de todas
las naciones sobre los perpetradores del hecho horrífico, y probará la verdad
del dicho, “La sangre de los mártires es la semilla de la Iglesia”. (Documentary History of the Church 7:174-175)
2. Las
copias del libro en la biblioteca Harold B. Lee de BYU son entre las mas usadas
en el edificio. Las marcas y doblones en los volumenes testifican de su uso.
3. Véase N. B. Lundwall, The Fate of the Persecutors of the Prophet
Joseph Smith (“El destino de los perseguidores del profeta José Smith, Salt
Lake City, 1952), frontispiece. La
colección de Lundwall es en realidad un cuerpo de narrativas crudas esperando
ser objetivamente interpretadas.
4. Ibid.,
p. 297.
5. Ibid.,
p. 113.
6. Los temas
folclóricos que hablan de tales maldiciones incluyen M411.3, Maldición del
hombre muriendo; M411.4, Hombre perseguido por el odio de los dioses; M411.41, Maldición
de un dios; M411.7, Maldición de un espíritu; M411.8, Maldición del santo (del
profeta); M411.18, Maldición de un sacerdote. Los temas y sus números son
sacados de Motif-Index of Folk Literature,
de Stith Thompson (Bloomington: Indiana University Press, 1957), vol. 5.
7. Lundwall, pp. 295-6.
8. Ibid., p. 296.
9. Ibid., p. 298.
10. Autobiografia
de Parley P. Pratt, 4th ed. (Salt Lake City: Deseret Book Company, 1950), pp.
424-5.
11. Lundwall, p. 72.
12. Ibid., p. 321.
13. Ibid., p. 314.
14. Dallin H. Oaks y Marvin S. Hill, Carthage
Conspiracy: The Trial of the Accused Assassins of Joseph Smith (Urgana:
University of Illinois Press, 1975), p. 217.
15. Ibid.,
p. 219. Para un tratado profundo y revelador del martirio de del estatus de
José Smith como héroe desde un punto de vista folclórico, véase Clifton Holt
Jolley “The Maryrdom of Joseph Smith: an Archetypal Study” (“El martirio de
José Smith: un estudio arquetípico), Utah Historical Quarterly 44 (Otoño
1976), 329-350.
16.
Alan Dundes ha notado recientemente que “los folcloristas deberían estudiar el
folclore, no por estudiar folclore en sí (aunque es realmente fascinante), sin
porque el folclore ofrece una perspectiva única de la gente. En el folclore uno
encuentra la imagen subconsciente que la gente tiene de sí misma. Folclore como
una etnografía autobiográfica permite que el folclorista vea a la gente desde
adentro para afuera en vez desde afuera para adentro”. Véase Analytic
Essays in Folklore (The Hague: Mouton and Company, 1975), p. xi.
17.
Como estas leyendas son formularias (las muertes son sorprendentemente
similares, así como las circunstancias que las rodean), y existe en variantes
en la tradición oral, son muy probablemente narrativas folclóricas. Este punto
será substanciado más a medida que el artículo progresa. Para ver una
definición de folclore per se y una discusión de sus tipos y formas, véase The
Study of American Folklore, de Jan
Harold Brunvand (New York:
Norton, 1968), y The Study of Folklore de Alan Dundes (Englewood Cliffs, New Jersey: Prentice- Hall,
1965).
18. William A. Wilson, “Folklore and History: Fact Amid the Legends”, Utah
Historical Quarterly 41 (invierno 1973): 54.
19. Véase mi artículo titulado “‘This is the Place’: Myth and Mormondom”,
Western Folklore 36 (Julio 1977): 246-252.
20. Richard M. Dorson, Bloodstoppers and Bearwalkers: Folk Traditions
of the Upper Peninsula (Cambridge: Harvard University Press, 1952), p. 169.
21. Ibid.,
pp. 173-174.
22.
Dorson escribió la muerte de un linchador de la siguiente manera “Bob
Stephenson, quien proveyó la soga, murió primero a menos de un año del
linchamiento. Un incendio comenzó en su maderería, entre pilas de tablas de
cuatro pies, en ese entonces usadas como combustible para los botes del lago.
El espacio de un camino de vagones separaba los dos pilares de fuego, cada uno
de varios pies de largo. Stephenson quería que sus hombres fueran entre los
pilares y los tiraran, para así salvar las tablas. Nadie, ni ellos ni Randall,
el jefe de bomberos, quisieron entrar a ese infierno”.
“‘Por
Dios, ¿no tienen el suficiente coraje?’ preguntó Stephenson”.
“Caminó
entre los pilares con una manguera. Las llamas volaron en frente de su cara.
Abrió la boca tratando de respirar. Stephenson estaba lleno de whiskey. Inhaló
algunas de las llamas y su aliento alcohólico se prendió fuego. Se incendió
como una antorcha humana. ‘Muchachos, estoy acabado’ lloró”. (pp. 174-5).
23. Richard M. Dorson, “Debate over Trustworthiness of Oral Traditional
History,” Folklore: Selected Essays
(Bloomington: Indiana University Press, 1972), pp . 217-218. Véase Hector Lee, “ The Shadows from
Lookout Bridge” (un guion de televisión para la estación de radio KPAY, de
Chico, California, 9 de enero, 1960), compilado con otros guiones en la serie
bajo el titulo “Campfire Tales of Northern California” (1959), 41, no. 13.
24. Nathaniel Hawthorne, “The Gentle Boy,” Nathaniel Hawthorne: Selected Tales and
Sketches, ed. Hyatt H.Waggoner (San Francisco: Rinehart Press, 1970), p.
69.
25. Ibid.,
pp. 69-70.
26. William Sewel, The
History of the Rise, Increase, and Progress of the Christian People Called
Quakers, 2 vols.
(Philadelphia: Benjamin and Thomas Kite, 1823), vol. 1, pp. 597-598. 27 Wilson, p. 55.
27. Wilson, p. 55.
28. Una postura tan defensiva probablemente llevó a la masacre
en Mountain Meadows. Véase Chapter 2, “Defense of Zion,” en Juanita Brooks, The Mountain Meadows Massacre, para leer
una discusión sobre las actitudes defensivas de los mormones de Utah tempranos..
29. Véase William A. Wilson, “The Paradox of Mormon
Folklore” en Essays on the American West,
1974-1975, Charles Redd Monographs en Western
History, no. 6, (ed. Thomas
G. Alexander, Provo: Brigham Young University Press, 1976), pp. 127-147, por un
estudio del folclore mormón en general. Wilson argumenta cuidadosamente que
podemos al menos aprender tanto sobre los mormones al estudiar su folclore como
al estudiar su historia o su literatura. El artículo fue reimpreso en Brigham Young University Studies 17 (Otoño
1976): 40-58.
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